Cómo influye la sobreprotección en el desarrollo del lenguaje
Algunos padres actúan de forma sobreprotectora cuando limitan la exploración del mundo por parte de su hijo, probablemente por el miedo que alguna vez podemos tener a que se hagan daño con algo de su entorno. Esto no significa necesariamente mimar a los niños; sino que consiste en algo más emocional que conlleva la necesidad de controlar al hijo en todo momento. Como consecuencia de esta necesidad, se llega a generar una dependencia entre padres e hijos con ambientes de excesiva atención, preocupación asfixiante, con deseos de los padres convertidos en obligaciones o expectativas demasiado altas para la capacidad del niño, etc.
¿Cómo influye la sobreprotección en la adquisición del lenguaje?
La sobreprotección muchas veces afecta a la adquisición del lenguaje de los niños, ya que el lugar donde se aprende de forma más natural es en el hogar, mediante las continuas interacciones entre los padres y los hijos.
Los niños aprenden a utilizar el lenguaje como medio para relacionarse con los demás, así como para satisfacer sus necesidades, controlar el entorno, expresar su propia identidad y adquirir nuevos conocimientos. Para ello, es esencial que los padres estimulen el desarrollo del lenguaje de los hijos, sin «adivinar» sus pensamientos o deseos, de manera que conozcan y experimenten con los sonidos que componen el lenguaje hablado, su correcta articulación, etc. Este proceso de adquisición del lenguaje se desarrolla gracias a los diversos intercambios comunicativos y lingüísticos con los padres o miembros más cercanos de la familia, por tanto, si el niño no recibe la estimulación necesaria, puede producirse un retraso en la adquisición del lenguaje.
Debemos tener siempre presente que el niño es un ser social, por tanto el lenguaje no se puede enseñar aislado del contexto social, no podemos separar el lenguaje de todas las circunstancias que lo rodean. Por ejemplo, si cada vez que un niño quiere algo, se lo damos antes de que pueda pedirlo verbalmente, estamos mermando su capacidad de desarrollo del lenguaje. El niño aprenderá a solicitar las cosas con sólo mirar o señalar, y no verá la necesidad de demandarlo verbalmente. A su vez, al conseguir todo lo que quiere sin decir nada, su desarrollo de la pronunciación o de la construcción de frases se verá retrasada con respecto a la de los demás niños de su edad, pues no ha tenido la oportunidad de experimentar con las palabras, de crear frases, de equivocarse para después aprender de los errores.
Por otra parte, los adultos debemos pronunciar correctamente las palabras y evitar hablar al niño de forma infantil (por ejemplo, si un niño tiende a pronunciar la última sílaba de cada palabra y nosotros utilizamos un lenguaje infantil con diminutivos, el niño únicamente utilizará «-ito» e «-ita»), así como pronunciar correctamente y evitar corregirles de forma directa, tal y como hemos visto con anterioridad (en lugar de utilizar términos negativos como «así no», podemos reformular la palabra o frase que ha dicho dándole el modelo correcto). Si insistimos demasiado al niño o lo presionamos para que aprenda nuevas palabras, podemos originar dificultades lingüísticas debidas al nerviosismo del mismo. Ante estas situaciones, el niño responde casi siempre con una oposición que puede dificultar su normal aprendizaje.
En conclusión, a la hora de educar a los hijos, hay que tener en cuenta las consecuencias que la sobreprotección puede provocar en el lenguaje infantil, entre las que se encuentran el retraso en la adquisición del lenguaje y/o del habla, así como falta de necesidad de expresar verbalmente sus necesidades. Para que esto no se produzca, dejen que sus hijos jueguen, interaccionen, se expresen, se equivoquen, etc.; en definitiva, permítanles que aprendan por sí mismos, que se enfrenten a las dificultades propias de su edad, de manera que puedan extraer recursos y estrategias que les sirvan para las situaciones que surjan a lo largo de su proceso evolutivo, fomentando así la autonomía personal y social del niño.
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